Sobre el bordado ancentral Maya. Silvia Menchú

Cada una toma una aguja y elige un hilo, un color. Silvia Menchú.

Tratando de entender la violencia que sufrimos las mujeres mayas, me acerqué al bordado. Porque quizá con el bordado imprimo lo que no quiero que sepan de mi vida. Porque el bordado me da la oportunidad de compartir mi pasado sin que me cuestionen, sin que me culpen, sin miedo. La soledad es muy buena como descanso, como remanso para empezar a ver qué es lo que me pasa por dentro. Cuando me siento y veo cómo la tarde cae y algo me aplasta, me aplasta en mis hombros y veo a mi alrededor a otras mujeres tan agachadas como yo. Es ahí cuando me lleno de valor para agarrar y mostrarles mi tela, y ver como una energía que convoca a otras manos, con las mismas necesidades que las mías. Entender la violencia que una y otra vez ha pasado como si fuera la factura de la luz, puntual y sin falta. Así es la violencia en nuestras vidas. Ante esta situación nos juntamos, sin tener verdades absolutas, para darnos la oportunidad de equivocarnos.

En el bordado descubrimos que podemos tener ritmos diferentes, pero que somos creadoras de nuestras historias a través del sube y baja constante de los diferentes colores que combinados o no nos invitan a reír de nuestras formas de pensar. Y juntas les damos nuevas interpretaciones a lo que deseamos. Los deseos resaltan con los hilos, la manta poco a poco se cubre ante tantas historias, que nos hacen olvidar del mundo exterior e ir hacia adentro. Y sin darnos cuenta, las voces de las que ya no están se dejan escuchar como si fueran el sonido del viento, que sopla en el oído de lo que bordamos. Y cada día vamos conociendo el tono de su voz, las quebradas de sus sonrisas y el terrible sonar de la violencia. Los años no pasan por pasar, dejan huellas que hablan a través del bordado, en nuestras manos, lugar de las caricias y abrazos, las manos nos hacen artesanas de lo cotidiano, nos hacen ser capaces de ver el miedo, nos conectan con el corazón, lugar de la inteligencia, espacio donde reside lo profundo del ser humano.

En el bordado hablamos mucho de nuestros deseos, entre sonrisas y llantos hablamos de nuestra sexualidad. Es un espacio de desahogo y a la vez de enfrentar también lo duro. Porque el sexo muchas veces no es para nosotras. Hemos crecido mucho, y muchas veces nuestros esposos no han sabido crecer a la par. Y lejos de valorar el conocimiento nos miran como putas. Y eso me hace pensar a veces, ¿para qué ha servido? Esta lucha viene despareja pero a la vez, hemos visto luz, hemos visto tantas cosas, tantos cambios en los grupos y en nuestros cuerpos. Y el bordado ha sido como una luz cuando no había luz, cuando todo estaba amontonando adentro.

El bordado está pensado como un espacio de soledad, que les ha servido mucho a las mujeres para tener un espacio desde el que desplegar su dolor, y de hacer algo bello con él, algo de lo que se puede sentir orgullosas. Porque cada bordado es fuente de una belleza que es única, aunque algunos sólo vean repetición. Y nosotras descubrimos que al bordar colectivamente ese proceso nos abría un espacio para encontrarnos. Recuerdo que empezamos tímidamente, porque no había lugares para eso, para estar juntas. A veces parece que no es un lugar de aprendizaje, pero nosotras aprendemos de nuestras propias experiencias, las pensamos colectivamente junto a las emociones. Y somos realmente aliadas clandestinas, porque hay muchas cosas que hablamos bordando y que luego no podemos hablarlas tranquilamente en las calles. ¿Cómo decirte que el bordado no es una clase con reglas ni con normas? Cada una va encontrando su camino, su devenir, y es acompañada por las demás.

Cuando una toma una aguja y elige un hilo, un color y lo empieza a insertarlo en la manta, comienza a dar color a eso que parecía en blanco (tal vez el corazón lo veía como un vacío). Y en el sube y baja de los hilos vamos descargando los sentimientos y a la vez que veo su color y su forma, veo el color y la forma de lo que llevo adentro. Muchas veces surgen diferentes sentimientos, enojo, miedo, alegría, y esto va cambiando con el paso del tiempo, muchas cosas se reafirman a través de los colores, el trazo, los dibujos y sus formas. Una casi siempre, elige un color y luego lo sostiene, y a veces se transforma. La manta donde bordamos es la que nos sostiene, la que sostiene a nuestras emociones y nuestras almas, pero a la vez, somos nosotras las que la sostenemos, las que le damos vida, color, forma y expresión a esa manta.

La fuerza para mi representa la necesidad de sentirme. De saber quién soy. Y a la vez, de ver las huellas del dolor que todavía me habitan, es también las fuerzas que pusieron sobre mí. La fuerza puede ser luz, como la oportunidad, y puede ser miedo, un miedo que está como una sombra detrás de la violencia. Son tantos los miedos y como los vamos escondiendo, y en el bordado yo abro la tela, la transformo, es como si los colores salieran de esos miedos y de esa violencia. Y a la vez, en la acción que estamos haciendo de bordar hay una forma de resistencia contra el olvido de esos miedos, contra el olvido de esas violencias, y lo que esos olvidos nos van dejando adentro, muchas tristezas. Y en el reunirnos también hay fuerza, caminamos hasta el lugar en el que vamos a bordar, cuando muchos no quisieran que estuviéramos juntas. Y así constituimos esta pequeña fuerza colectiva y logramos disfrutarla. El trabajo por el empoderamiento muchas veces es algo solamente personal y por eso nosotras preferimos pensar en una construcción propia colectiva, es como una terapia de pares que construyen algo juntas, y donde somos escuchadas, a veces sin buscar necesariamente una respuesta. Lo colectivo es una respuesta personal a muchos vacíos, que a veces no podemos entender. Pero al escucharnos vamos reconstruyendo la trama, las historias que nos llevaron a ese lugar, y nos damos cuenta de que no estamos solas, y por eso seguimos bordando en colectivo.