Nuestras casas en la Villa 31
“Yo vine e hice una casa de lata. Yo trabajaba en la Feria, y vivía en un sillón. En mi casa entraba mucha agua y mi hija vino un día de Paraguay y me dijo: ‘Como vas a vivir así en el barro, en el agua. Vamos a comprar materiales.’ Ella y mi yerno me ayudaron a construirla: yo mezclaba el cemento. Luché un montón para salir de debajo de la chapa. A veces pasaba el tren y me llevaba un pedazo de pared y yo volvía a construir. Acá hay mucha vida. Mi yerno me dijo tengo que volver a Paraguay, y vino un vecino y me dijo, yo la voy a ayudar a terminar la casa, y así la terminé a mi casita. Antes el techo era una sola chapa vieja, y la chapa tenia agujeros. Yo compré hule y lo puse arriba de la chapa. Y lo ataba con piedras por abajo, para que el viento no lo sacara. Después construí con loza pero sufrí otra vez porque entraba el agua por el hueco de la escalera. Y entonces me subí al techo con el cemento, la arena, y puse una murallita, y ahí descansé. Mi hijo me encontraba arriba y me decía: ‘Bájate de ahí́’. ‘Subí entonces vos’, le decía yo. Una peruana me regaló un edredón para que no pasara frio y yo empecé a llorar. Encontré una muñeca y me acompañó. El año pasado la dejé.” Marta.
“En la dictadura demolieron las casas y yo tomé un terreno, en el ‘82. Había muy pocas personas acá́ y muchas hormigas, por la demolición, había montanas de cascotes, pedazos de casas caídas, como si fuera una guerra. Yo hacia muy buen café, y me iba muy bien. Yo tuve muchos hijos y vivíamos en un cuartito muy chiquito, no había luz en el barrio. Era de lamina la casa y los chicos míos dormían arriba de los cajones de manzana, porque había mu- chas hormigas, hormigas negras. Con cajones de manzanas hice también una alacena para guardar la mercadería. Mi hijo nació acá, en mi casa. Había una partera, y ella lo sacó. Era de madrugada y yo me fui a buscar una ambulancia. Y cuando volvimos ya había nacido. Se llama Héctor Gabriel. Ahora tiene 36 anos.” El Chavo.
“Vino una de mis hijas acá primero. Ellos vivían por alquiler, y empezaron a construir. No tenían mesa. Y un día mi hija entró a la casa con una carretilla vieja, oxidada, que solo tenia una rueda, y después trajo un pedazo de pared rota, de ladrillos con cemento y la puso arriba de la carretilla. ‘Así́ armamos nuestra mesa, mamá’. Y me mandó la foto al Paraguay, porque yo estaba cuidando a sus hijas, y yo me puse a llorar. Y cuando traje a sus hijos, vi que la casa tenia dos paredes de material y dos de chapa. Entraba mucha agua. Y yo pensaba, ¿cuando será́ el bienestar de ellos? No tenían un lugar para hacer fuego ni electricidad. Pero cada año fueron construyendo más, las otras paredes, y después hicieron dos pisos más. Y ahora cada una de las familias vive en un piso. Yo vivo en la planta baja. Cuando una escucha su historia, se emociona, se entristece, le da risa. Acá vive gente amigable, gente generosa.” Romilda.