Meditación en la Villa.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que parecen tener ocho años tengan trece.
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir, ellos no.
Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas, de las que me puedo ir y ellos no.
Señor, perdóname por encender la luz y olvidándome de que ellos no pueden hacerlo.
Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre.
Señor, perdóname por decirles “no solo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor, quiero quererlos por ellos y no por mi.
Ayúdame.
Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.
Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz.
La violencia política en los 70.
El problema de la violencia no es un problema virginal: “a mí no me gusta la violencia”. Hay que ser un desnaturalizado para estar a favor de la violencia si la opción fuera violencia – no violencia.
El problema es que yo no puedo quedarme pasivamente tranquilo ante la situación de terrible violencia institucionalizada que estoy viviendo, porque si lo hago, soy un asesino de mi pueblo que se está muriendo de hambre. Ese es el problema.
¿No es violencia institucionalizada el aumento cada vez más alarmante de mortalidad infantil, demostrada en las ultimas estadísticas sociales? Este aumento se explica, entre otras razones, porque muchos trabajadores están imposibilitados de pagar los medicamentos indispensables para la vida de sus hijos. Si alguien duda de esta afirmación, que baje a una de las numerosas Villas Miseria, higiénicamente bautizadas Villas de Emergencia, que representan el subconsciente de Buenos Aires. Ellas son la más contundente expresión de la violencia institucionalizada que padece el pueblo, al tener conciencia de que ahí, en la ciudad, hay más de cien mil departamentos vacíos.
Ahora bien, seamos honestos, ¿esto configura o no un estado de violencia institucionalizada? ¿Como no explicarse, entonces, que surja, como consecuencia inevitable, la respuesta violenta que puede llevarnos, si las causas que la engendran no son removidas, a un baño de sangre entre argentinos? Algo que, ciertamente, el pueblo no quiere.
Toda violencia es fruto del pecado en el hombre y un cristiano deberá siempre agotar las instancias pacificas en la lucha por la liberación de su pueblo. El empleo de la defensa justa será siempre la “ultima ratio”, cuando se han quemado todas las instancias –enseña Santo Tomas– y aun entonces se la debe considerar un mal menor.
La revolución será personal o no será.
“Ningún cambio de estructuras, por más profundo que sea, engendrará una sociedad nueva, sino se da al mismo tiempo la erradicación del egoísmo en el corazón del hombre… la revolución interior, es decir, la revolución personal”.
Hablar con Dios.
Orar es hablar con Dios, como se habla con un amigo, entonces se puede hablar con Dios sin decir una sola palabra. Hay una anécdota en la vida del cura de Ars, que dice que en el primer banco de la Iglesia había un viejito que estaba allí́ sentado todo el día. Entonces se le acercó el cura y le dijo: “¿Qué hace usted acá́?”. “Nada”, el me mira, yo lo miro”, contestó el viejito. Este es un modo muy hondo de orar. Como cuando dos viejitos con muchos años de casados, están juntos, sentados junto al fuego, y no se dicen nada, porque se miran y con la mirada se lo dicen todo.